
Iñaki Murua me pidió una colaboración para su blog que cumplía en mayo quince años, lo titulé «Sesquidécada en el Botxo«. Seguidamente me di cuenta de que este rinconcito bloguero mío también llegaba a los quince años, este 8 de junio.
Cómo dejar pasar la oportunidad para celebrarlo.
Hace quince años cree Complementándonos cuando era profesor en el Programa Complementario de Escolarización del CIP de Ortuella. Estos días, década y media después toca hacer balance. Durante este curso, de 2021/2022 he formado parte de la comunidad educativa del IES La Arboleda de Lepe (Huelva). He realizado funciones de orientación y ha sido una experiencia apasionante. Me he reencontrado con adolescentes. Me contagian su energía y sus ganas de vivir, aunque también me he encontrado algún caso complicado, alguno de ellos relacionado con el suicidio.
Hace poco, el mes pasado, se puso en marcha el teléfono contra el suicidio, el 024. El primer día de funcionamiento recibió mil llamadas. Sin duda la salud mental es una cuestión a tener en cuenta en este mundo tan complejo que nos toca vivir. Si para los adultos es difícil, imagínate para ellos que están en crecimiento.
La adolescencia es un periodo convulso. Escribía en mi primer libro Aprende y disfruta que la base de la adolescencia está en la infancia. No podemos tener conversaciones fluidas con nuestro hijo en este periodo evolutivo si no las hemos tenido antes. En su día en el podcast El Recreo, entrevisté a Pedro M. Sánchez y me comentó:
si durante la infancia ha habido cariño y la comunicación ha sido respetuosa, difícilmente encontraremos aristas en la forma de relacionarnos posteriormente, más allá de las consabidas actitudes encaminadas a diferenciarse y adoptar independencia.
Me contaba un antiguo director de centro educativo que es necesario acotar un espacio, marcado por unos límites que permitan desarrollar un carácter sólido. Sin límite no hay crecimiento. Firmeza y cercanía serían los dos ingredientes necesarios en este periodo evolutivo.
Así he funcionado con firmeza y cercanía.
Me quedo con sus sonrisas; con su cercanía cuando te cuentan algo por los pasillos (Maestro. Ayer ganó el Madrid, qué equipazo ¡¿eh!?); con sus mensajes directos tras descubrir mi cuenta de Instagram; con ese saludo cuando coincidimos en la calle; con la gratitud que transmiten cuando algo que les has contado les ha llegado, una alumna me dijo un día: Maestro, hay veces que me entran ganas de aplaudirte cuando terminas de hablar… Todo esto me recuerda al final de Ghost, no te imaginas cuánto amor me llevo. Hombre, amor, así en genérico, no es que me lleve mucho (tampoco hay que banalizar) pero sí es verdad que mi alumnado no es consciente de todo lo que me ha dado este curso. En Ghost, recuerdas la película ¿verdad?, Sam no volvía. Yo tengo la posibilidad de retomar contacto, incluso podría volver el curso que viene, aunque a decir verdad preferiría estar más cerca de casa. De lunes a viernes he vivido lejos de mi familia y sinceramente, no me agrada la situación.
Cuando trabajas en educación el tiempo se divide en cursos, no en años. El blog me gusta que crezca con años. Termino cansado, quién no termina cansado después de un curso… Pero sigo con la ilusión intacta, a la espera de descubrir qué nuevas aventuras educativas me depara el futuro.
Seguimos, después de quince años. A por otros tantos.